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#AhoraSuena:

Introduciendo al héroe de las masas. Paladín de la justicia entre oficina y oficina, seductor de pasillo, un nivel más arriba del “todas mías” y compañero trabajador. Su misión: esquivar el olor de la comida de sus compañeros de oficina. Equis, es Godínez ciudadano

 

Hoy en la oficina hasta moscas hubo, me cae que fue por ese pinche olor encabronado a pescado que inundó todo el piso desde la hora de la comida. Ya le habíamos dicho al Gutierritos que no volviera a llevar sus empanadas de pescado viejo, pero le valió madres. Para fregarla aún más, la señora Felipa llevó croquetitas de atún y la mujer del arquitecto Jiménez le volvió a preparar su torta de huevo con cebolla. Me acerqué sigiloso por detrás de Inés, la de las faldas pegadas, y escuché que doña Felipa decía: lo mejor de todo es que mis croquetas de atún no saben a atún. Todos guardamos silencio, y seguimos comiendo.

 

¿Por qué era lo mejor que no supieran a atún esas croquetas de atún? La pregunta se clavó hondo en mi mente, quizá también por el intenso aroma a vida marina que se elevó como pesada bruma en una noche de baile grupero. La licenciada Martha de plano se salió y ya no regresó, y hasta el helecho del pasillo se notaba algo abatido, como ahogado. Gutierritos también empezó a guardar sus cosas, y ya iba hacia su cubículo a darle un zape por cobarde cuando le llegó el memo de la gerencia donde los jefazos le anunciaban que su presencia sería necesaria ese día para recibir a dos nuevos compañeros que venían de las oficinas centrales, y Gutierritos se tuvo que chingar. En una de nuestras salidas por un cigarrito le preguntaba por qué chingados llevaba esas empanadas apestosas a la oficina, pero su expresión era más bien de preocupación por los nuevos trabajadores. Bueno, le dije, si te cagan la madre es mejor, pues se van a tener que fumar el olor de tus malditas empanadas. El descenso de su mirada me indicó que había tocado fibras sensibles, y emprendí la retirada. Tengo que sacar copias, anuncié, y me metí de nuevo a la oficina. Más tarde ese día me enteré que su mamá le prepara diario su comida.

 

En la entrada sorprendí a Carmelita, la recepcionista, metiendo su comida en una bolsa y tirándola a la basura. Por el olor hasta asco me dio, me explicó, y le dije que se alivianara. Ni que fuera la primera vez. Ella también estaba nerviosa por la llegada de los dos nuevos trabajadores. Me dio gueva y me fui a mi cubículo. Tres cuartos de hora de candy crush después empecé a oír el rumor: los fulanos ya habían llegado y estaban en recursos humanos. Aún me encontraba meditando el asunto de las croquetas de atún que no sabían a atún, y el porqué esto era algo “bueno”, cuando un ambiente tenso empezó a formarse en la oficina y en sus santos pasillos. La llegada de estos dos weyes, me di cuenta, había puesto en un estado de expectación elevado a todas las mujeres del piso. Entonces comprendí el peligro. Chale, pensé. Esos cuates son siempre bien mamones y lo peor es que nos dan bajín con todas las morras de la office. Pero yo no iba a permitir que conquistaran a la Betzabé, la bella sirena del call center que apenas había entrado tres días antes, y con la cual no había tenido la oportunidad de aplicar mi irresistible “ligue de pasillo”, así, como quien no quiere la cosa. Ah, mis chavos, ¿cuántas han caído?, ¿cuántas más caerán?, primeramente Dios, muchas.

 

Por fin aparecieron los fulanos. Venían molestos pues cerca de aquí no hay ninguna cafetería de esas que les gustan a los hipsters oficinescos, donde cada café cuesta más que una de las mega-tortas de la esquina, y tuvieron que llegar con sus cafecitos del Oxxo. Eso sí, les pusieron su servilleta para que no se viera de dónde eran. Pero yo los descubrí, yo me doy cuenta de todo. Su actitud arrogante al principio, mutó a un silencio lastimoso. Su cara larga y ceja alzada se transformó en una mueca despectiva que les dibujó marcadas ojeras y un color grisáceo-azulado que me hizo pensar en el aspecto de los pescados que la mamá de Gutierritos usó para prepararle sus empanadas. A huevo, me dije, los nuevos no tendrán oportunidad, al menos hoy, de lanzar sus redes sobre la niña Betzabé, lo cual me da tiempo para planear bien mi jugada de pasillo. Con la tranquilidad de un cazador que conoce su estrategia y con todo el aplomo para aguantar los olores de comida en la oficina que me han proporcionado los más de 15 años como empleado Godínez, me entregué a la importante tarea de pasar de nivel en mi jueguito. Pero el atún que no sabe a atún me atormentaba.

 

Al finalizar el día, éramos pocos los valientes que aguantamos, y para mi sorpresa, ahí vi a uno de los dos alzaditos esos, aunque ya sin café, ya sin actitud arrogante, ya sin cara larga y ceja alzada. Fue vencido por los olores de oficina en hora de comida. Par de jotos, reflexioné, si las empanadas del Gutierritos bastan para tenerlos a raya, seguiré invicto y solitario en la cima del ligue de pasillo, y la Betzabé sabrá reconocer quién sí es todo un hombre. Pero la vida de oficina también tiene sus reveses, pues me enteré que la mujer, víctima también del olor, huyó hacia el estacionamiento con la pálida a cuestas. Ahí, me contó Javi el de seguridad, se encontró con el otro de los chavos nuevos, y juntos se fueron hacia un destino indescifrable.

 

Perturbado, me formé en la fila para subir al micro bus que me acerca a cinco cuadras de mi casa. Derrotado por las circunstancias, descubrí la ironía de haber triunfado ante un olor espantoso a pescado viejo, y aún así, haber perdido a mi presa, anteriormente identificada y señalada como la próxima en caer bajo el ataque inesperado de mi ligue de pasillo. Hay días así, pensé, y me entregué de nuevo a mi dilema: ¿por qué es bueno que las croquetas de atún no sepan a atún? Llegaré al fondo de esto.


 por Carlos Freeman: @caufree
(Un Hombre Libre)


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